La individualidad de los universos
Suele suceder que llega una epifanía.
En los momentos más inoportunos las mentes encuentran efímera lucidez.
Cuando el semáforo te detiene con su luz roja, cuando sientes la última gota de ducha y el frío de la mañana azota tu desnudez, o cuando estás ocupado distinguiendo si duermes o existes, suele suceder que llega una epifanía.
Y te encuentras vivo, y te sientes, y te tocas, y te hueles y te muerdes vivo.
Eres enteramente consciente de tu existencia. Abres los ojos, y en el decimonono escalón de tu pensamiento puedes echar un vistazo a tu propio Aleph. Comprendes cuál es la cantera de tu maza, creías ser un caminante, sin embargo, en esas inoportunidades, entiendes que no hay camino. Al tanto de tus propias dimensiones podrías escribir los versos más tristes, pero por la persistencia de tu memoria preferirías pintar gritos o manufacturar pescaditos de oro. Finalmente, tu corazón se vuelve delator y entiendes lo que es vivir muerto de miedo.
Y te encuentras único, y te sientes, y te tocas, y te hueles y te muerdes único.
Solo ha existido, existe y existirá un tú, y ese es uno solo, compuesto por miles, pero solo uno, irónicamente indivisible. Aunque gastemos todos nuestros segundos buscando pares, al fin y al cabo, por contradictorio que parezca, todo es único.
Y te encuentras solo, y te sientes, y te tocas y te hueles y te muerdes solo.
Lo que develan las epifanías es una muy propia soledad. Nunca nadie será capaz de sentir lo mismo que tú, muchos se esforzarán para creer que sí, pero finalmente fallarán y caerán en una espiral de mentiras a sí mismos, pues, su percepción y la tuya serán siempre irreconciliables. Infinitas posibilidades podría depararte el azar, pero entiendes que fuiste abandonado a tu propia suerte en el intento de sortearlas, porque todos, tarde o temprano se irán, nada puede salvarlos, ni a ellos ni a ti.
Pero ¿qué tal si este sentir no es exclusivamente humano? ¿Qué si las epifanías sobre vida, unicidad y soledad también asaltan en otros mundos?
Imaginemos seres superiores, inmensos e inconcebibles. Universos enteros encarnados en alguien, individuos, con todo lo que eso implica, cada uno con personalidad, intereses y emociones propias. Dioses ignorantes de su divinidad que (al igual que nosotros) tendrían apenas una alternativa, ser.
Ser no es una empresa fácil, y peor cuando estás al tanto de ello. Para ser, es necesario pensar, sentir y actuar.
Uno de ellos podría albergar dentro de su iris 12 galaxias, 50 soles, 342 planetas, 580 lunas, un asteroide b612 y una tierra. La lógica indicaría que cada galaxia, sol o asteroide se definiría por el ser que los contiene, así, todo lo que estaría dentro del universo, sería reflejo de un solo ente. La realidad de cada universo dependería de cómo fuese el sujeto, y todo lo que podría pensar, sentir o hacer afectaría intrínsecamente a la compleción de vida que hay en su interior.
Podría suceder que a veces a ellos también les llegue una epifanía. ¿Cómo muerde su soledad una galaxia?, ¿talvez por eso se suicidan sus estrellas? ¿Cuánto arde un sol si se huele vivo?, ¿acaso se enciende más para celebrarlo o guarda fulgor para mantenerse joven? ¿Es por una epifanía que la tierra se siente única?
Existirían tantos universos como individuos, podrían ser masculinos y femeninos, inteligentes y estúpidos, jóvenes y viejos, grandes, pequeños, caóticos, organizados, violentos, solidarios, hermosos, horrendos, felices, tristes y locos.
Podría existir un universo adolescente, con arrebatos de ira y ansiedad, en su interior las aguas jamás estarían calmas, todas las montañas despedirían constantemente enormes masas de fuego, y los cielos gritarían con voz de relámpago las dudas de su Dios. Estaría creciendo, madurando, sus galaxias se expandirían desordenadamente en sistemas más complejos, y sus habitantes vivirían en permanente guerra, aterrorizados de la discordia generada por los cambios que sufre su universo en el proceso de adolecer.
Podría este universo, como muchos adolescentes, experimentar con substancias psicotrópicas, podría ver su realidad afectada dependiendo del tipo de substancia que consumiese. Si fuese una substancia depresora, la realidad se comportaría desorientada e irrazonable, el tiempo correría más despacio y la gravedad fluctuaría, los planetas no seguirían órbitas, las constelaciones se desarmarían y los habitantes sentirían una extraña felicidad.
Si fuese una substancia de tipo estimulante todo funcionaría más rápida e intensamente, las lluvias caerían más fuerte, los atardeceres brillarían más, miles de supernovas y agujeros negros surgirían de la nada mientras décadas transcurrirían en sueños de 5 minutos. Todo lo que pudiese ser sentido por cualquier forma de vida que habitase el universo se potenciaría, la pasión se convertiría en amor, la duda en terror, el gusto en éxtasis, el desagrado en odio y el aburrimiento en depresión. Definitivamente inconvenientes surgirían, pero en el universo no se los reconocería como tal.
Si, por otro lado, consumiese un alucinógeno, se perdería por completo cualquier lógica, los ríos correrían montaña arriba, las flores nacerían en invierno y las estrellas emprenderían éxodos. La muerte sería anulada, nada perecería, no existiría principio ni fin, todo sería caos, adicción al caos.
También sería plausible la existencia de universos interrelacionados, de universos amantes. Dos seres colosales que moldeen su realidad en base a lo que su pareja espera de ellos, que se formen sincronizados como reflejos del otro. En sus realidades se inmiscuirían furtivas proyecciones del mundo que conocieron dentro del otro, pero serían universos hermosos y serenos. Sus habitantes vivirían en armonía con la naturaleza, el espacio y sus semejantes, las civilizaciones crecerían en prosperidad y paz.
Pero si los universos hicieran el amor, colisionarían con violencia dos realidades que se fundirían en una sola. Lunas se derretirían entre caricias de fuego, sistemas solares enteros desaparecerían en besos de antimateria, durante ese amor se crearía y se destruiría, millones de meteoritos aporrearían a cuerpos celestes desde diversos ángulos y posiciones, los destruirían con el objetivo ulterior de crear nueva vida.
Incluso podría vivir un universo bebé. Un universo recién nacido que estuviese apenas creando incipientes galaxias y habitantes incivilizados. Una realidad indiferente a la furia, la tristeza o al odio, porque simplemente no sabe distinguirlos aún. Indiferente, pero indefensa y vulnerable, ya que cualquier alteración en lo que conoce el neonato afectaría con fuerza a la totalidad de lo que guarda en sí mismo. A él no llegarían epifanías, solo actuaría por una incansable curiosidad que le llevaría a investigar absolutamente todo lo que esté a su alcance.
Además, disfrutaría de jugar. Por la naturaleza de su raciocinio los fenómenos que ocurriesen entre sus confines responderían solo a lo lúdico. Los astros se moverían con gracia sobre horizontes conformados por las más disparatadas estructuras naturales, la vía láctea sí sería de leche y los soles, nada más que luces para huir de la oscuridad. No sería un universo funcional, lógico u organizado, sería un universo divertido.
Al igual que el bebé, los amantes o el adolescente, también se puede pensar en un universo viejo y cansado. Un ser moribundo, formado por galaxias en agonía con planetas contaminados y naturaleza marchita. Las estrellas ya no brillarían y fenómenos como radiaciones o explosiones hubiesen dejado de ocurrir. Sus propios habitantes fuesen quienes lo estarían enfermando y matando.
Este personaje podría ser alguien sabio, aficionado al conocimiento. Un científico que durante su tiempo de vida no solo se habría dedicado a ser, sino a saber y a explicar todo lo que pudo. Hubiera desarrollado un tipo de lenguaje escrito y una manera de almacenar y organizar conocimientos, así existiría una especie de biblioteca que contendría los secretos del universo de los universos. Con el conocimiento viene la imaginación, por lo que la biblioteca también contaría con historias, poemas, canciones y todo tipo de literatura, que mientras fueron pensados pudieron realmente suceder en las vidas y realidades al interior de este universo. Lamentablemente sus conocimientos, arte y todo lo que hospeda como universo morirían con él.
Se dice que existen infinitas dimensiones paralelas en las que cualquier posibilidad realmente ocurre, que todo lo que es posible sucede en otro plano. Entre tantos acasos debe constar uno en el que todo esto no es hipotético, y los universos personificados realmente viven, en el que la universalidad de los individuos es real, y debe existir otro en el que estos seres son humanos.
Damián Aguilar Rodas