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EL JARDÍN DE 

LAS INDELICIAS 

 

¿Qué puede hacer este hombre con la primera luz del alba?

¿Levantarse e ir directo a la cremación o simplemente no voltear a su izquierda?

Su condena es despertar cada mañana exactamente en el mismo lugar, su única libertad…elegir, diariamente, qué hacer con ella. 

Una mañana puede:

Llevarlo hacia las llamas, resignarse ante lo implacable de la muerte y dejar que las brasas “descorporicen” lo pasado, puede avivar la cadencia incineradora y hacerla que avance entre carne, huesos, entre arraigo, para luego recoger orgulloso las cenizas.

O

Quedarse acostado con los ojos cerrados fantaseando que logró frenar el ahora, puede intentar no despertarse, intentar detenerse, ignorar su conciencia de que no está dormido y de que ese “ahora”, ya se fue.

Una tarde puede:

Sembrar una planta en su enorme jardín, admitir la exigüidad, la inapelable derrota y convertirla en tierra fértil para las cenizas, puede abrir ese suelo de par en par o cavar muy profundo y plantar la esperanza de que el muerto se funda con su vergel.

O

Voltear conociendo la imposibilidad de lo que encontrará y aún así fingir terror, tratar de despertarlo, resucitarlo con desespero, puede inútilmente tratar de volver a él, llorarlo y ver cómo muere más.

¿Qué más le queda a este ser? A este único habitante de un mundo carcelario, si cada amanecer, sin importar lo que elija, a sus espaldas encontrará el mismo castigo.

Una semana puede:

Salir a caminar por este jardín, deambular aleatoriamente por esos pasadizos olfativos, seguir el instinto ciego entre eucaliptos, azucenas, hiedras y lirios, puede perderse e inspirar todo lo dulce de estos senderos, arriesgándose a que en algún momento también lleguen pestes de incontenible náusea y dolor.

O

Ignorar su existencia, obligarse a no voltear y dejar que se acumulen uno encima de otro días y cuerpos en una enorme pila de descomposición amorfa, puede imponerse una pseudo indiferencia con ellos y esperar hasta que su habitación se quede sin espacio para la indolencia.

¿Qué opciones tiene este preso si debe nacer todos los días?

Durante meses puede:

Caminar de otra manera por su jardín, intentar el registro ordenado de esa caótica pintura de habernarias, orquídeas, corazones sangrantes, secuoyas y pinos, recorrer de aquí para allá, o de aquí para otra vez aquí antes que allá, toda la riqueza pictórica de la vida plantada, puede dedicarse a vislumbrar sus espacios perdidos en pétalos, sombras, hojas, rostros, texturas y ramas.

 

O

Puede intentar cargarlo, tratar de llevar el peso de lo que encontró al voltear, arrastrarlo por todo lado y aguantar el cansancio que le impide dar pasos firmes, negar que su sombra nubla el horizonte y cubre lo próximo. Puede, con necedad, intentar sostener la carga y mentirse que puede respirar incluso con su putrefacción.

¿Qué puede hacer si debe morir todas las noches?

Por años puede:

Dedicarse a cuidar y preservar el jardín, identificar las necesidades de riego de cada espécimen para evitar el ahogo por obsesión o el marchitar del abandono. Puede conseguir instrumentos especializados y con minucia rociar flores, podar setos, cortar hojas secas, extraer espinas, fertilizar tierra, meticulosamente darle a cada planta su forma y espacio justos para coexistir en un ecosistema, para diseñar su jardín.

O

Arrojarlo por un precipicio, intentar el olvido, renegar ya no la muerte sino la vida, y dejar que se hunda en el supuesto vacío hasta que sus viseras estallen contra el suelo al que inevitablemente caerá. 

Cuando se le antoje puede:

Darle al jardín más cuidados aún, tratar de identificar plagas y mala hierba, arrancar la maleza con las propias manos o rociar pesticidas sobre las alimañas tóxicas que amenazan la fauna sembrada.  Incluso puede aprender a realizar injertos, crear plantas híbridas, imposibles, juntando ramas y tejidos de una con bases y raíces de otras. 

O

Exhumar los restos, remover tierra, buscar en el fondo del risco o en los muros del horno, puede tratar de encontrar entre tanta sangre, huesos, polvo y tierra un vestigio de lo que no quiso conservar.

¿Qué puede hacer un hombre que todos los días despierta junto a un cadáver de él mismo?

Gracias a su cotidianeidad…

Todo lo anterior, y mucho más.                                                                                 

 

                                                                                                                                         

Damián Aguilar Rodas

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